2: LA PALABRA PROFÉTICA


1. Fuerza y debilidad de la palabra profética
Los libros proféticos son quizá los más difíciles de todo el Antiguo Testamento. No debe extrañarnos. Para comprender un mensaje tan encarnado en la realidad de su tiempo es preciso conocer las circunstancias históricas, culturales, políticas y económicas en las que tales palabras fueron pronunciadas. Por otra parte, los profetas usan a menudo un lenguaje poético, y todos sabemos que la poesía es más densa y difícil que la prosa. De esta manera, intervenciones que en su tiempo debieron de resultar escalofriantes, casi blasfemas, parecen hoy anodinas a muchos lectores. Y palabras de profunda hondura humana y religiosa pasan desapercibidas para muchos cristianos. Me parece interesante imaginar cómo sonarían estos textos en nuestros oídos si los antiguos profetas resucitasen. Con esta intención ofrezco algunas adaptaciones de textos proféticos. Pueden suscitar malestar o escándalo. Resultar estúpidas y utópicas. Pero tienen dos ventajas: nos ayudan a comprender su forma de expresarse y los motivos por los que fueron perseguidos o pasaron por ilusos. Partamos de un sencillo texto de Amós:

“Marchad a Betel a pecar, en Guilgal pecad de firme: ofreced por la mañana vuestros sacrificios y al tercer día vuestros diezmos; ofreced ázimos, pronunciad la acción de gracias, anunciad dones voluntarios, que eso es lo que os gusta, israelitas ―oráculo del Señor―” (Am 4,4‑5).

Si leemos este texto en una eucaristía o en un acto penitencial, casi nadie se enterará de su contenido. La mayoría de la gente no sabe qué es Betel ni Guilgal, desconoce la expresión “ofrecer sacrificios” (sólo han oído hablar de “sacrificarse”, “mortificarse”), ignoran qué son los ázimos y los dones voluntarios. En cuanto a los diezmos, quizá sepan que un antiguo Catecismo mandaba “pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios. Amen”. Un auténtico fracaso. Expresión plena de esa debilidad de la palabra profética, débil por haberse encarnado hasta las últimas consecuencias. Pero intentemos resucitarla. Sonaría más o menos de esta forma:

“Marchad a Santiago a pecar, en el Pilar pecad de firme. Acudid a misa todos los días, ofreced vuestras velas y ofrendas. Encended el botafumeiro, ardan los incensarios, anunciad novenas, que eso es lo que os gusta, católicos ―oráculo del Señor―.”

Ante todo advertimos la claridad del lenguaje. No es un mundo ―al menos en este caso― de grandes abstracciones, sino plástico y concreto. Al mismo tiempo, llama la atención su brevedad y concisión. El profeta, sobre todo en esos primeros momentos del siglo VIII, rehuye la palabrería. También es patente la dureza e ironía con que se expresa. Amós no usa un género profético, sino la “instrucción”, típica de los sacerdotes, con la que éstos exhortan a los fieles a las prácticas cultuales. Pero Amós emplea este género para criticar lo que ellos piden, ridiculizando otras instrucciones parecidas. Por eso, más que imaginárnoslo tronando al pronunciar estas palabras, deberíamos escucharlo con un tono almibarado, frotándose suavemente las manos mientras finge dar buenos consejos. No es raro que el sumo sacerdote de Betel, Amasías, terminara expulsándolo. Veamos al mismo Amós en un contexto muy distinto. Se encuentra ahora en Samaría, la próspera y lujosa capital del Reino Norte, donde una clase alta disfruta de todo tipo de lujos a costa de los pobres. Esta vez su palabra sí tronará con potencia. Pero el tiempo ha vuelto a desgastarla y a hacerla casi incomprensible.

“Escuchad esta palabra, vacas de Basán, en el monte de Samaría: Oprimís a los indigentes, maltratáis a los pobres, y pedís a vuestros maridos: Trae de beber. El Señor lo jura por su santidad: Llegará la hora en que os agarren a vosotras con garfios, a vuestros hijos con ganchos; saldrá cada cual por la brecha que tenga delante, camino del Hermón ―oráculo del Señor―” (4,1-3).

El caso no es tan grave como en el ejemplo anterior, pero sigue habiendo muchas cosas oscuras. Probablemente, el simple comienzo, “vacas de Basán”, ya ha hecho que el oyente moderno desconecte del texto. Traduzcámoslos a nuestro lenguaje:

“Escuchad esta palabra, señoronas de El Escorial, las que veraneáis en Mallorca y en Marbella. Oprimís a los pobres, explotáis a los obreros, y sólo os interesa daros la buena vida. Llegará un día en que os rodearán con fusiles, a vuestros hijos con bayonetas, y os subirán en camiones de animales camino del destierro ―oráculo del Señor―”.

El contenido será discutible. A algunos les molestará, a otros les parecerá una estupidez (son dos reacciones muy típicas ante los profetas). Pero el lenguaje resulta diáfano. En cualquier caso, el profeta no se preocupa sólo de transmitir un mensaje inteligible. Se esfuerza también por expresarse con belleza. A veces lo intenta mediante juegos de palabras, que resultan atractivos al auditorio, como en este nuevo ejemplo de Amós:

“Así dice el Señor a la casa de Israel: Buscadme y viviréis; no busquéis a Betel, no vayáis a Guilgal, no os dirijáis a Berseba; que Guilgal irá cautiva y Betel se volverá Betavén. Buscad al Señor y viviréis” (Am 5,4-5).

Una vez más, el esfuerzo del profeta resulta inútil para un lector moderno que no sepa hebreo. Intentemos revivirlo:

“Así dice el Señor a los católicos: Interesaos por mí y viviréis: Pero no os intereséis por el Pilar, no vayáis a Santiago, no acudáis al Rocío. Que el Pilar caerá por tierra, y el Rocío se volverá tormenta. Interesaos por el Señor y viviréis”.

En el ejemplo de Amós, hay dos juegos de palabras: el primer caso es de tipo sonoro (kî gilgal galó yiglé, “que Guilgal irá cautiva”), mientras el segundo mezcla lo sonoro con lo conceptual (“Betel se volverá Betavén”, es decir, “Casa de Dios se volverá Casa del Mal”). La adaptación que ofrezco juega sólo con lo conceptual e imaginativo: el Pilar cae por tierra, el Rocío se vuelve tormenta. Lo de menos es la adecuación perfecta. Sólo me interesa subrayar el esfuerzo de formulación[1]. Otras veces, el acierto no se busca a nivel de juego de palabras o de expresiones acertadas, sino en imágenes llamativas. Intentando expresar Amós el gran valor de la justicia, y lo poco que la estiman las autoridades de Israel, formula estas simples preguntas:

“¿Se meten los caballos por los peñascos? ¿Se usan los toros para arar? Pues vosotros convertís en veneno el derecho, la justicia en acíbar” (Am 6,12).

En nuestro lenguaje:

“¿Se mete un Rolls Royce por el campo? ¿Se usa un Mercedes para arar? Pues vosotros estáis oxidando el derecho y echando a perder la justicia.”

Cualquier estudioso del Antiguo Testamento sabe la cantidad enorme de obras que se publican cada año ―artículos y libros― para aclarar sus numerosos problemas. En muchísimos casos se trata de problemas secundarios, que se prestan a interminables discusiones, aunque el sentido global del texto sea claro. Es lo que ocurre a quien lee Miq 6,1-8. La bibliografía sobre estos pocos versos, especialmente sobre los últimos, es abundantísima. Lo que dice Miqueas ―en un diálogo ficticio entre Dios, el pueblo y el profeta― es, más o menos, algo tan sencillo como esto:

DIOS:

“Escuchad, montes, el juicio del Señor, tended, cimientos de la tierra: El Señor entabla juicio con su pueblo, pleitea con la Iglesia. Pueblo mío, ¿qué mal te he hecho? ¿En qué te molesté? Respóndeme. Te saqué del paganismo, de la esclavitud te redimí, enviando por delante a mi Hijo. Recuerda mis innumerables beneficios, ten presente la salvación de Dios.
EL PUEBLO
¿Cómo podremos agradar al Señor, acercarnos al Dios Altísimo? ¿Nos acercaremos con procesiones, marchando en peregrinación? ¿Le agradarán al Señor nuestras velas y ex‑votos, nuestras ofrendas en metálico para el templo? ¿Mandaré mi hijo al seminario, mi hija al noviciado, para expiar mi ingratitud?
EL PROFETA Ya sabes, hombre, lo que es bueno, lo que Dios desea de ti: simplemente que practiques la justicia, que actúes con misericordia y que te muestres humilde con tu Dios”.
Estos pocos ejemplos, que podrían multiplicarse fácilmente, demuestran la fuerza y debilidad de la palabra profética. Débil, porque ha quedado atenazada por un lenguaje, una historia, una cultura, que no es la nuestra. Fuerte, porque resplandece con todo vigor cuando le arrancamos la pátina del tiempo. Es esencial intentar percibir esa potencia y belleza de los textos primitivos. Aunque en los libros proféticos encontramos oráculos de poca categoría literaria, formulaciones poco precisas e incluso aburridas, abundan con mucho los textos de extraordinaria belleza poética. En un tiempo como el nuestro, donde se critica el consumismo y el imperialismo de las grandes multinacionales con multitud de tópicos, ensartados en los discursos más vulgares, conviene releer el magnífico oráculo de Ezequiel contra Tiro, la gran potencia comercial de su tiempo (Ez 27, suprimiendo los versos 12-24). Se advierte que el profeta no sólo tiene algo importante que decir, sino que lucha y se esfuerza por decirlo bien. 2. Los géneros literarios Muchos podrán pensar que los profetas comunican su mensaje mediante un discurso o un sermón, que son los géneros más habituales entre los oradores sagrados de nuestro tiempo. A veces lo hacen, pero generalmente emplean una gran variedad de géneros literarios, tomados de los ámbitos más distintos. A continuación indicaré algunos ejemplos, para que el lector se haga una idea de la riqueza y vitalidad de la predicación profética.
2.1. Géneros tomados de la sabiduría tribal y familiar
Desde antiguo, la familia, el clan, la tribu, han empleado los recursos más diversos para inculcar un recto comportamiento, hacer reflexionar sobre la realidad que rodea a niños y adultos: exhortación, interrogación, parábola, alegoría, enigmas, bendiciones y maldiciones, comparaciones. De todos ellos encontramos ejemplos en los profetas. Cuando Natán va a denunciar al rey David su adulterio con Betsabé y el asesinato de Urías no aborda el tema directamente, comienza con una parábola (2 Sam 12,1-7). Cuando Ezequiel acusa al rey de Judá porque, después de prometer fidelidad al rey de Babilonia, violó el juramento y buscó la ayuda de Egipto, lo hace mediante una alegoría (Ez 17,1-9). Al ámbito sapiencial pertenecen también la bendición y la maldición que encontramos en Jer 17,5-8. Otro género frecuente entre los sabios, la comparación, aparece en Jer 17,11. La pregunta es una forma de hacer reflexionar y de inculcar una conclusión inevitable; Amós la emplea en 3,3-6.
2.2. Géneros tomados del culto
Podemos clasificar en este apartado himnos, oraciones, instrucciones y, quizá, los oráculos de salvación. En Amós tropezamos con un hecho curioso; a lo largo del libro encontramos en diversos momentos lo que parecen fragmentos de un himno al poder de Dios (4,13; 5,8-9; 9,5-6). Es posible que no fuese compuesto por Amós, sino tomado por él y distribuido a lo largo del libro, en momentos claves, para subrayar la omnipotencia divina. En Isaías encontramos un himno de primera mano, compuesto por el profeta o por el redactor del libro (Is 12). La instrucción es un género típico del culto. La emplea el sacerdote cuando responde a algunos de los problemas concretos que le plantean los fieles. Los profetas también usan el género, aunque puede ocurrir ―como en el caso de Amós―, que sea con intenciones distintas, en plan irónico (Am 4,4-5). Como ejemplo de oración citaré el de Jeremías cuando compra el campo a su primo Hanamel. En momentos difíciles, cuando Jerusalén está asediada por el ejército babilónico, el profeta comprende que esta compra absurda, la peor inversión económica, es voluntad de Dios. La lleva a cabo y, después de firmar el contrato, ora al Señor pidiéndole la explicación del misterio (Jer 32,16‑25). La respuesta de Dios se encuentra más adelante (32,43). Más discutible resulta que el oráculo de salvación pertenezca al ámbito del culto. Quizá su contexto primitivo fuese el de la guerra, cuando un sacerdote o profeta anunciaba la victoria en nombre de Dios y animaba al ejército a no tener miedo. Este género es muy utilizado por el Deuteroisaías (por ejemplo, en Is 41,8-16).
2.3. Géneros tomados del ámbito judicial
A veces, los profetas emplean el discurso acusatorio, la requisitoria, la formulación casuística, o algunos elementos de estos géneros, para insertarlos en un contexto más amplio. Por ejemplo, Ez 22,1-16 contiene las acusaciones típicas del fiscal en un proceso. En este contexto judicial se sitúa también la enumeración de una serie de comportamientos justos, que termina con la declaración de inocencia del que vive de acuerdo con ellos (Ez 18,5-9). Y este espíritu jurídico, tan acentuado en Ezequiel, es el que le lleva a una serie de formulaciones casuísticas (Ez 18,10-17). Entre los géneros tomados del ámbito judicial, uno de los que más ha interesado a los comentaristas es el de la requisitoria profética (rîb).
2.4. Géneros tomados de la vida diaria
Incluyo en este apartado una serie de cantos que surgen en las más diversas situaciones de la vida: amor, trabajo, muerte... La famosa “canción de la viña” de Isaías la presenta el profeta como una canción de amor (Is 5,1-7). Ezequiel ofrece un ejemplo de canción de trabajo doméstico, realizado por un ama de casa, que le servirá para aplicarla al futuro de Jerusalén (Ez 24,3-5.9-10). En otra ocasión se trata de un canto a la espada (Ez 21,13-21). Entre estos cantos que surgen en distintos momentos de la vida, el más importante y frecuente es la elegía, entonada con motivo de la muerte de un ser querido, que los profetas utilizan para presentar la trágica situación de su pueblo en el presente o en el futuro. La más antigua y concisa la encontramos en Amos (5,2-3). Elementos elegíacos y alegóricos se unen en otro texto de Ezequiel para describir la situación de los últimos reyes judíos (Ez 19,1-9). Muy relacionados con la elegía están los ayes. “¡Ay!”, “¡Ay!”, es uno de los gritos entonados por las plañideras cuando acompañan al cortejo fúnebre. Los profetas utilizan este género para indicar que determinadas personas ―más bien grupos― se encuentran a las puertas de la muerte por sus pecados (Is 5,7-10; Is 5,20; Hab 2,7-8)
2.5. Géneros estrictamente proféticos
Dos casos merecen especial atención: el oráculo de condena dirigido a un individuo y el oráculo de condena contra una colectividad. Ambos constan de diversos elementos, pero son esenciales la denuncia del pecado y el anuncio del castigo.

2.5.1. Oráculos de condena contra un individuo

En las tradiciones de Elías encontramos ejemplos significativos de oráculos de condena contra un individuo. Cuando el rey Ajab se ha apoderado de la viña de Nabot tras su asesinato, el profeta le sale al encuentro para interpelarlo:
“¿Has asesinado y encima robas?
Por eso, así dice el Señor:
en el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot,
también a ti los perros te lamerán la sangre (1 Re 21,17ss).
En otra ocasión, el rey Ocozías, enfermo, envía a consultar a un dios pagano. Elías interviene de nuevo:
“¿Es que no hay Dios en Israel para que mandes a consultar a Belcebú?
Por eso, así dice el Señor:
No te levantarás de la cama donde te has acostado.
Morirás sin remedio” (2 Re 1,3-4).
Esta formulación tan sucinta la encontramos también en Amós cuando se enfrenta con el sumo sacerdote de Betel, Amasías:
“Escucha la palabra del Señor.
Tú dices: `No profetices'.
Pues bien, así dice el Señor:
Tu mujer será deshonrada,
tus hijos e hijas caerán a espada,
tu tierra será repartida a cordel,
tú morirás en tierra pagana”
(Am 7,16-17).
En estos casos, aunque las situaciones son muy distintas, se emplea siempre la misma estructura. Tras la llamada fórmula del mensajero (“así dice el Señor”), sigue la denuncia (“asesinar y robar”, “consultar a Belcebú”, “prohibir profetizar”) y el anuncio del castigo (que siempre es la pena de muerte),
De lo anterior no podemos deducir que el profeta, al condenar a un individuo, se atenga siempre a este esquema sin poder modificarlo. A veces recurre a metáforas para desarrollar el anuncio del castigo, como hace Isaías en su oráculo contra el mayordomo de palacio, Sobna (Is 22,15-18). El oráculo de condenación individual es breve, directo, se pronuncia en presencia del interesado, que escucha la sentencia.
2.5.2. Oráculo de condena contra una colectividad
Se dirige a todo el pueblo, a un grupo, o a las naciones extranjeras y aparece como un desarrollo del anterior, con un horizonte más amplio. La denuncia del pecado abarca una multitud o una serie de faltas. Generalmente consta de dos miembros: el primero denuncia de forma general, el segundo ataca un pecado concreto. Por ejemplo:
“A Damasco, por tres delitos y por cuatro, no la perdonaré.
Porque trilló a Galaad con trillos de hierro” (Am 1,3)
El anuncio del castigo también tiene dos partes: intervención de Dios y consecuencias. En el ejemplo siguiente, los tres primeros versos describen la acción de Dios; el último, las consecuencias.

“Romperé los cerrojos de Damasco y aniquilaré a los jefes de Valdelito y al que lleva cetro en Casa Delicias. Y el pueblo sirio irá desterrado a Quir (Am 1,5).

El oráculo individual es vivo, inmediato; el colectivo se vuelve más literario y, con ello, más libre y extenso. La creatividad del profeta le induce a introducir cambios en la estructura fundamental. Por ejemplo, no es raro que invierta el orden de los elementos, situando el anuncio del castigo antes de la acusación, o las consecuencias antes de la intervención de Dios. Esta misma creatividad hace que el profeta amplíe a veces el esquema primitivo, hasta el punto de que en Jeremías y Ezequiel resulta casi irreconocible. 3. Bibliografía
3.1. Sobre la lectura literaria
Quien desee profundizar en este tema debe leer el extenso estudio de L. Alonso Schökel sobre la poesía hebrea en Hermenéutica de la Palabra, Cristiandad, Madrid 1987, donde también pueden encontrarse otros artículos suyos en los que analiza textos proféticos desde este punto de vista.
3.2. Sobre los géneros literarios
J. L. Sicre, Profetismo en Israel, Estella 1991, capítulo 6, con abundante bibliografía sobre cada uno de ellos.
NOTAS
[1] El elemento sonoro es esencial en la poesía. Pero pocas veces se consiguen aciertos tan plenos como el de san Juan de la Cruz (“un no sé qué que queda balbuciendo”) o el de Pablo Neruda (“y supo que no sólo la sola soledad era el silencio”).